Dietario de Hamburgo (y IV)

A Marike Frick y Roberto Suárez, con gratitud.

A Nina Baumann, que fue parte de Hamburgo y Nueva York.

Durante cuatro meses seguí el mismo itinerario: todas las mañanas, de lunes a jueves, recorría parte de la Osterstrasse hasta la parada del metro homónima. Cogía la línea 2 hasta Messehalle. Allí, en el número 35 de la Karolinenstrasse, estaba la Volkshochschule Dr. Alberto Jonas-Haus. Regreso este lunes. No encuentro a ninguno de mis profesores. Visito la exposición que hay en la tercera planta. Se expone la historia de la comunidad judía que se desarrolló alrededor de la escuela. El lugar está vacío. Siempre lo estuvo. En seis meses ningún profesor se aventuró a narrarnos nada del lugar donde nos daban los cursos de alemán. Ni una palabra de quién fue el Dr. Alberto Jonas, su fundador, ni del papel emancipador que jugó esa escuela para la mujer judía antes de la llegada del nacionalsocialismo.

Abandono las dependencias de la escuela y encumbro mi resignación por la Marktstrasse hasta llegar al barrio del Schanzen. Es una de las escenas alternativas de la juventud de Hamburgo. En septiembre algunos jóvenes dedican el primer fin de semana a quemar (literalmente) el barrio. Entre las batallitas más famosas se encuentra la que protagonizaron algunos de sus vecinos en los últimos años contra la construcción de un hotel de lujo en el Sternschanze. El promotor no cedió, pero lavó su conciencia inviertiendo dos millones de los antiguos marcos alemanes en proyectos socioculturales en el distrito.

Hago una parada en el Tramontana, el café hispanoportugués de la Altonaer Strasse. Esta calle fue la antigua línea fronteriza entre Altona y Hamburgo cuando la primera pertenecía a la corona danesa. Ahora es simplemente una de las calles más vivas de la ciudad, por sus restaurantes y cafés low-cost. En el Tramontana solía citarme con un alemán que estudiaba español. Fue él quien me contó muchas de las historias del barrio que ahora apenas puedo retener.

Abro el Süddeutsche Zeitung, que le dedica la portada a la foto que el presidente Mariano Rajoy se hizo con selección española hace unos días. El diario muniqués destaca la polémica del viaje del presidente español a Polonia mientras su país se hunde. En sus páginas interiores dedica el SZ un buen espacio al rescate de España, a los vaivenes del Gobierno y a su orgullo, tan español, por negar la necesidad de un rescate hasta el último momento. El periódico también analiza las fortalezas y debilidades de la economía española y hace un balance positivo de la situación. Son artículos equilibrados, para calmar al contribuyente alemán.

No dispongo de mucho tiempo antes de coger el avión. Sigo mi itinerario hasta llegar al barrio de Altona/Ottensen, donde N. y yo vivimos nuestros dos últimos meses. El contraste con Eimsbüttel siempre me pareció brutal. Ottensen fue uno de los barrios más industrializados desde antes de que formara parte de Hamburgo. Inició su despegue cuando Prusia lo anexionó en 1869. En los años setenta del siglo pasado empezó el declive. Muchas zonas se han revitalizado con cafés, restaurantes, centros comerciales (el famoso «Mercado») y su economía se ha transformado, de la industria a los llamados oficios creativos. Con todo, es fácil apreciar en muchas de sus calles los restos del naufragio industrial: no creo que haya muchos lugares en Hamburgo donde se concentre tanto número de alcohólicos y desempleados vagabundeando por las calles.

El tiempo se va agotando. Apenas llego a cruzar la calle donde vivimos. Me cito para comer con Roberto en la Universidad, en el barrio del Grindel, que vivió uno de sus mejores momentos de lucidez entre 1870 y 1930, cuando buena parte de la comunidad judía se trasladó allí. Recordamos nuestros antiguos encuentros, en ese mismo restaurante de la Universidad. Le acompaño al Hans-Bedrow-Institute, un centro de investigación en medios de comunicación ligado a la Universidad de Hamburgo. Allí nos despedimos.

Antes de abandonar la ciudad me acerco al Instituto Cervantes, con sede en el edificio Chilehaus. Se trata de una de mis construcciones preferidas. Desde su mejor perspectiva se atisba la proa de un barco. No encuentro mejor dibujo para una ciudad como Hamburgo. El edificio se construyó entre 1922 y 1924. Lo diseñó el arquitecto Fritz Höger a petición del empresario y banquero Henry B. Sloman, que hizo parte de su fortuna importando salitre de Chile. En el Instituto Cervantes saludo a algunos profesores.

Antes de regresar a Eimsbüttel para recoger mi maleta doy un breve paseo por el Alster. Allí tengo una de esas epifanías de las que hablaba Enric González en Historias de Nueva York. Es un día soleado y el Alster está imponente. Es cuando me digo que aquí me quedaría a vivir. Aborrezco los momentos sentimentales, por lo que cojo el metro a Osterstrasse, donde empezó todo. Recojo mi maleta y me despido de Marike. Pongo fin a este breve viaje sentimental. Regreso a Múnich.

Un pensamiento en “Dietario de Hamburgo (y IV)

  1. Roberto dice:

    Aquí serás siempre bienvenido, ya lo sabes. 😀

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